A menudo reflexiono en la intrascendencia de miles de
millones de personas que han pisado esta tierra sin ningún protagonismo o
impacto social relevante, simples "Homo faber" o en palabras de
Benjamin Franklin "animales que hacen herramientas". Estos seres humanos
que han levantado pirámides, han construido edificios y han ensamblado aviones,
han sido mayoritariamente engranaje, casi nadie máquina.
Atravesaba una noche el desierto mexicano en un autobús, al
pasar por un cruce de ferrocarril, alcancé a divisar unas sombras sobre las
vías, obreros que hacían labores de mantenimiento, su silueta se confundía con
las de los cactus y los magueyes, la luna se derretía sobre el desierto en
aquella noche calurosa.
Pensé en los miles de kilómetros de cables, vías y
durmientes colocados para atravesar ese volcánico país, y me conmovía al pensar
en todos los sueños que quedaron atados en los clavos que sujetan las vías a
los durmientes. Manos humanas anónimas, despojadas de todo narcisismo, alejadas
de la estridencia que hacemos la mayoría para maquillar la soledad, para
sobrevivir a la insignificancia.
También pensé que en esa parte del desierto mexicano, las
sequías son doloras y tristes, y me sorprende que la gente encuentre alegría
hasta en el polvo que tropieza con las piedras.
Me gusta pensar en esos seres humanos anónimos que han
construido cosas, me parece fascinante encontrar sus huellas en todos los
rincones del planeta, y es verdad, el "homo faber" es intrascendente,
pero también imprescindible.
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