Cuando el médico me preguntó cómo me estaba sentando
la jubilación dije que bien, pero fui plenamente consciente de que el ligero
temblor de mi cabeza quería decir: “una puta mierda”, ciertamente el médico
utilizaba un tono de voz que me daba la impresión que se estuviese dirigiendo a
un personaje imaginario, a un estereotipo de jubilado que por fin tiene todo el
tiempo del mundo para hacer todas las cosas que hasta ahora no podía: aquagym,
recoger a los nietos de la escuela, cocinar para la familia, pasar el rato por
las mañanas en el parque con los amigos... “me niego a eso, pensé, además no
tengo nietos”, pero seguí sonriendo con una dulzura fingida, correspondiendo al
personaje imaginario al cual se dirigía el médico y que exigen los códigos
sociales. Eso si, desde niño el cuerpo me delata, me aparecían tics bizarros,
cuando mi padre me obligaba a confirmar que él tenía la razón en aquello que me
había reprendido; ya siendo adolescente, tuve un tic facial cuando supe que mi
novia me había sido infiel, pero me convenció que solo había sido algo físico,
que su corazón me pertenecía, no le creía pero tenía miedo de perderla, así que
mi cara vino en mi auxilio enarbolando la protesta con un tic grotesco.
Finalmente estoy jubilado y he gastado la mayor parte
de mi vida trabajando en algo que me importaba bien poco, y no tuve valor para
salir de la rueda, así que el anhelo de dedicarme a lo que realmente me gusta
quedó guardado en el cajón donde están acumuladas las nóminas.
No sé si pueda empezar de nuevo y reinventarme, tengo
una amiga que encontró su vocación a los cincuenta, pero dudo que yo a mis
sesenta y tantos, tenga la misma tenacidad que ella ha demostrado, pues no solo
le ha puesto un título a su vocación, también ha superado un cáncer “así porque
así” con dos cojones y pasando por encima de los dictámenes médicos.
Tengo sesenta y pocos y estoy jubilado, espero también
estar al inicio de mi relato.
FOTO: CABEZA DE VIEJO - Piotr Litvinski
No hay comentarios:
Publicar un comentario