EL
AUSTRALOPITECUS SE SUICIDA
El
australopitecus empezó a cazar, a usar herramientas y a competir con otros,
este hecho filogenético es básico para comprender como los seres humanos, somos
hordas de homínidos gestionando nuestra competición o no competición con los
otros. Hay un punto de violencia en el imperativo de tener que existir en la
mirada del otro. Una de las muchas caras de tal tiranía es la “realización de
uno mismo”, que nos lleva a una cultura de alto rendimiento, una cultura de
“excelencia” difundida por la familia, por la escuela y por los medios de
comunicación. Para tener éxito en la vida hay que realizarse, desarrollarse
como las estrellas, los campeones del futbol, y cualquier persona que haya
tenido éxito. Para ser reconocido hay que ser un emprendedor de la propia vida,
si te va bien es porque tienes talento. Por el contrario, a los que les va mal
es porque no supieron realizarse, no supieron desarrollar su capital humano.
Aunque se parece mucho, es discretamente diferente a la idea previa de “mejorar
tu vida mediante el esfuerzo”, pues, aunque sigue siendo una competición, el
imperativo actual es más narcisista y tiene al OTRO como rival.
Hay dos
posiciones para sobrevivir a tal tiranía: las reacciones defensivas y los
mecanismos de liberación. En la primera las personas aprendemos a sobrevivir a
codazos, luchando por conseguir un lugar en la cultura del éxito y del
rendimiento, intentando vivir lo mejor posible, tener las experiencias más
auténticas, ser eternamente jóvenes y atractivos. Muchas veces pagando el precio
de hacer lo que no nos gusta. Y cuando ya no estamos a la altura de las
exigencias de la cultura del éxito, viene el desmoronamiento y la depresión.
Los
mecanismos de liberación tienen muchas caras: delegar en algo colectivo la
responsabilidad individual, por ejemplo, un grupo religioso o un partido
político, pero también tenemos la oportunidad de ejercer pequeñas estrategias
de liberación respecto de la tiranía de la realización personal y del “éxito”.
Es innegable que ya estamos sumergidos en esta cultura que nos obliga a
encontrar un sitio y luchar por él, y las opciones radicales como sería vivir
en una comuna, o apartarse del todo del engranaje económico es prácticamente
imposible. Sin embargo, las estrategias de liberación individuales como sería tener
un trabajo menos remunerado pero que se compensa porque tiene mayor sentido,
abdicar de las excesivas posesiones, jerarquizando aquellas imprescindibles,
nos pueden permitir seguir viviendo la cultura del esfuerzo sin la excesiva
competición.
Este
preámbulo nos permite comprender como el suicidio aparece en las culturas en
las que hay que “demostrar” que la vida tiene sentido. Cuando a un paciente que
vive una situación extremadamente difícil, se le otorgan todos los medios para
que sus sufrimientos sean menores y hay personas a su alrededor que le siguen
manifestando afecto por el hecho de ser persona y no por sus logros,
difícilmente llega la idea del suicidio, en el fondo, el suicida es un cazador
que ha sucumbido, ha renunciado a pelear por conseguir el reconocimiento del
otro, es un cazador claudicante, es un competidor que se compara.
Un animal no
se suicida en el sentido humano, es decir puede auto destruirse si está en peligro
(un ciervo atacado por perros se puede lanzar por un acantilado), los salmones,
los insectos, algunas ranas y lagartos, pueden auto destruirse después de un
apareamiento para que se aproveche su material biológico, pueden “Inmolarse”
para defender a la comunidad de los depredadores (las hormigas por ejemplo),
puede parecer que las ballenas se suicidan, pero en realidad están
desorientadas, muchas veces quieren proteger a algún miembro débil o enfermo y
acaban en la arena junto con él. Pero lo que ningún animal hace es “morir para
salvar su dignidad”, es decir, el ser humano quiere una muerte digna, acabar
con su sufrimiento porque se compara, porque no cubre las exigencias de esa
vida “plena” que nos exige la sociedad actual. Un australopitecus que ha sucumbido
a la terrible lucha de existir en la mirada y el reconocimiento del otro.
Los animales
tampoco se enferman con las connotaciones dramáticas con las que lo hacemos los
seres humanos, viven el estrés como lo vivimos nosotros sin el añadido emocional,
hacen los cambios necesarios para no experimentar el dolor y los hacen en favor
de la supervivencia de la especie. En el caso del ser humano, la gestión del
estrés es mucho más compleja. Los elefantes por ejemplo seguramente pronto
perderán los colmillos como una manera de sobrevivir, es la adaptación
necesaria para ser menos atractivos ante los cazadores, los animales resuelven
en lo individual e incorporan esas informaciones a lo colectivo. Los seres
humanos, añadimos a todo ello unas connotaciones narcisistas que duelen.
LA BIOGRAFÍA
SE HACE BIOLOGÍA
Recientemente
se ha descubierto en los gusanos, que son capaces de traducir un estrés vivido
a una información genética y transmitirla a los posteriores de la especie, la
biografía se hace biología, una realidad que desde la epigenética hace mucho
tiempo que se acepta: las circunstancias históricos y culturales se heredan,
los acontecimientos vividos por nuestros antepasados, tales como la guerra, las
migraciones, las hambrunas, las sequías, los acontecimientos telúricos, etc. Se
transmiten en información genética, y muy probablemente en un campo de
información “psico histórico” que va más allá de lo genético. La transmisión
genética que hacemos de los acontecimientos va teñida de información social y cultural,
la biografía (personal y colectiva) se convierte en biología.
Suelo
reflexionar que una ola puede sentirse pequeña, efímera e insignificante hasta
que descubre que es el mar. Los seres humanos somos un sistema individual
incrustado en sistemas mayores, el más importante la familia. Pero esa
conciencia individual es la que nos lleva al narcicismo, será un arte cuidar
nuestra vida, relativizando la contingencia de nuestra existencia y el servicio
que hacemos a un sistema mayor.
Es entonces
cuando viene las preguntas más importantes respecto del sufrimiento, las
enfermedades y los bloqueos existenciales en general. ¿Hacia dónde mira tu
síntoma?, ¿Qué servicio está haciendo a los sistemas que pertenece?, ¿Qué
asunto está equilibrando? Diremos de
momento que muchas veces los síntomas, las enfermedades son una manera de
PERTENECER.
El trabajo
sistémico tiene por objetivo favorecer la mirada contemplativa de la lealtad
que hay en los síntomas, con la confianza de que en esa contemplación, o
iluminación podremos estar más libres, y quizás más alegres.
Es por ello
que te animo a preguntarte:
¿Qué
servicio hace el síntoma /enfermedad que tienes al sistema que perteneces?
EL SINTOMA
ES EL POEMA DEL CUERPO
Alguna vez
he compartido en público que siendo muy niño vi un gesto manual mientras
hablaba una de mis bisabuelas maternas, con los años se lo vi a su hija, mi
abuela materna, posteriormente se lo vi a mi madre, y muy recientemente se lo
he visto a mi hermana, estoy por pensar que el gesto tiene vida propia.
Me sirvo de
esta metáfora anecdótica para explicar que muchas veces la vida y el sistema al
que pertenecemos nos “toma” a su servicio y hace un “Poema”, un dolor, una
enfermedad al servicio de un cuerpo mayor al que pertenecemos. Y es allí cuando
comprendemos que muchas veces los síntomas y las enfermedades es nuestra manera
de pertenecer. Nuestros síntomas y nuestras enfermedades, son nuestra
colaboración inconsciente para el equilibrio de la familia (sistema) al que pertenecemos.
¿QUÉ HACER?
El dolor es
inevitable el sufrimiento es una elección. Si sufres es porque te importas,
porque tienes conciencia de ti, es por ello que desde las constelaciones
familiares intentamos “contemplar” esa lealtad, esa implicación sistémica,
porque en esa contemplación y en esa iluminación tenemos la oportunidad de
asentir y con ello estar libres. Intentamos recuperar la alegría, el mejor
antídoto para el miedo, si estás alegre no tienes miedo, y muy seguramente la
alegría es el mejor estado de salud.
LA
PROPIOCEPCIÓN EL SENTIDO MÁS IMPORTANTE
Si una
persona pierde la vista, el olfato, el oído, el tacto y el gusto, sigue siendo
persona; si pierde la propiocepción es muy difícil conservar el sentido de “SER”.
(Si alguien quiere profundizar al respecto, le sugiero que lea el libro de
OLIVER SACKS “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. Estar atento
a la propiocepción, entrenarse en ello, es una de las herramientas más potentes
para estar sanos y recuperar la alegría, de hecho puedo afirmar que las
constelaciones familiares, son “propioceptivas”.
Cuando
impartí este módulo en Pamplona, un alumno muy avanzado en la vida y en la
cultura, hizo hincapié en ese australopitecus que se compara, y en esa
comparación puede llegar a la conclusión de que “El infierno son los otros”, “A
menos que estés despierto”.
FOTO: "Tata Jesucristo" de Francisco Goitia
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