En
términos generales, la teoría de la evolución de Darwin, al menos en
los descubrimientos adicionales de la genética moderna, nos ofrece una
explicación coherente de la vida humana sobre la tierra.
Pero
cuestionemos un poco la “supervivencia del mejor dotado”; según esta
teoría, en las mutaciones aleatorias de los genes, se imponen las que
garantizan mayores posibilidades de supervivencia. Para karl Popper sin
embargo, la teoría de la evolución no es una teoría científica
comprobable, sino una teoría metafísica altamente beneficiosa para las
investigaciones subsiguientes.
Ante
el énfasis Darwiniano en la competitividad de los individuos, Pedro
Kropotkin añade la cooperación y el altruismo como factores evolutivos.
La
abeja picará aunque esto le suponga la muerte con tal de proteger a la
colmena; la cotorra árabe arriesga su seguridad para advertir al resto
de la parvada de un ataque; las aves emigran en grupo antes que luchar
entre ellas cuando hay escasez de alimentos; y entre los seres humanos,
aunque hace menos ruido que la agresión, también vemos la compasión, la
cooperación y el altruismo.
La
biología moderna admite únicamente la competitividad como principio
operativo fundamental y sólo la agresividad como tendencia fundamental
de los seres vivos; pero la cooperación también es un principio
operativo, y el altruismo y la compasión son también rasgos del
desarrollo de los seres vivos.
El
mundo se obsesiona con una física del siglo XVII (Newton), con un
pensamiento racionalista causa-efecto (Descartes) y una genética por
demás pragmática, materialista e inmediatista. Y el ser humano no cabe
por entero en esas teorías.
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