jueves, 28 de octubre de 2010

MICHEL FOUCAULT EN EL GIMNASIO

El cuerpo perfecto y moreno de Michel Foucault se resiste a derrumbarse, un hongo horada lentamente su vitalidad, sus pulmones tienen que hacer grandes esfuerzos para proveer el oxígeno que le permita seguir alimentando sus músculos, sin embargo, él se resiste a dejar las pesas, no quiere dejar de tomar el sol, quiere permanecer joven, con piel aterciopelada.

En la habitación del hospital Saint Michel no hay espacio para todo el saber que ha prodigado a la humanidad: sociología, psiquiatría, política, economía, sexualidad, etc. allí solo quedan un abdomen con una musculatura marcada, un cuerpo esbelto que se mueve con dificultad presa de un cansancio difícil de combatir y una mente que sobrevive a la catástrofe personal, al SIDA, enfermedad a la que Susan Sontag, la entendería posteriormente como una metáfora.

miércoles, 27 de octubre de 2010

LA CITA QUE NUNCA HUBO


Había un correo electrónico del señor Eduardo Pérez (llamémoslo así), solicitando hora para el señor José Pérez (llamémoslo así).

El señor José Pérez está pasando momentos muy difíciles de salud, se encuentra en muy buenas manos médicas –dice el correo electrónico- pero confía que nosotros podamos hacer un extra que le permita una vida más digna. El día de la entrevista nos explicará con detalle de que se trata y confía que le ayudaremos pues se ha enterado por conversaciones que un vecino es paciente nuestro.

El correo electrónico especifica que la cita sea para el 14 de febrero de 2007, a las 5 de la tarde, nos deja su teléfono y su dirección para cualquier contacto.

Un día antes, la secretaria le llamó para confirmar la visita médica; contesta la señora Esperanza de Pérez (llamémosla así), sumamente consternada pues el sábado pasado enterraron a su suegro el señor José Pérez.

- ¿Quién les envió el correo electrónico? – pregunta-.

- El señor Eduardo Pérez –la secretaria-

- ¡Pero si mi hijo Eduardo solo tiene 10 años!

El señor Eduardo Pérez tendrá que buscar en que gastar sus euritos que había ahorrado para pagarle una visita médica a su abuelo.

lunes, 25 de octubre de 2010

EN LOS AÑOS OCHENTA



En los años ochenta conocí al presidente de México, a ese mismo que prometió defender la moneda mexicana como “un perro” y que luego su mansión fue llamada “la colina del Perro”, le conocí unos meses después de que me rompí el codo derecho, dicen los que todo lo interpretan que seguramente era un niño demasiado inquieto al cual le limitaban su radio de acción, debido a esa fractura aprendí a escribir con la mano izquierda, por cierto un letra ilegible, pero al volver a escribir con la mano derecha, mantuve la letra ilegible hasta nuestros días. Es una letra que respeta la línea, aún si esta no existe, que tiene pocos exabruptos, escribo palabras que al leerlas se han de reinterpretar continuamente.
En los años ochenta me di cuenta que éramos muy pobres y diseñé mis planes para vivir, a los cuales sigo siendo fiel: hasta los 20 aprender, hasta los 30 especializarme, hasta los 40 disfrutar de todo, hasta los 50 escribir cosas y después hacerme rico.
En los años ochenta mi padre nos llevó a la capital, y nos pusimos a vivir en el cerro, hacinados, empobrecidos, pero nunca pusilánimes. Nunca pusilánimes. La pusilanimidad no existe en mi diccionario, eso a pesar de que empecé a gestionar mi riqueza trabajando a los doce años en una lavandería.
En los años ochenta mi compañero Alejandro me dijo que con tres vueltas que le diera corriendo al parque de la encantada, dejaría de ser gordo, no le hice caso, seguí siendo gordo, no me dio recetas para dejar de ser cegatón y torpe. ¡Que sabio Alejandro! Me dijo que me hiciera muchas pajas al día, que con eso me haría muy hombre, aún sigo esperando el resultado. Alejandro, ejerció de sparring para ahuyentar mi temor: ¡Yo le había cerrado la puerta en las narices al más bravucón de los niños!. “Me va a madrear” dije, “aunque te pegue, dale un empujón que tu eres gordo” dijo él.
En los años ochenta saqué buenas notas, bailé en los festivales, declamé poesías cursis, hice discursos delante de niños y políticos, y decidí que un día me marcharía de Zacatecas.
En los años ochenta, fui presidente de la sociedad de alumnos de mi escuela, conseguí que los cines de Zacatecas nos hicieran un cincuenta por ciento de descuento, aunque tuve que pasar la vergüenza de haber perdido las credenciales de los casi 400 niños, seguramente se fueron a la basura junto con alguna revista pornográfica lanzada intempestivamente. Organicé concursos, festivales, rifas, conseguí que profesores y padres se sentaran con los niños a planear cosas...tenia 12, 13, 14, 15 años y trabajaba. Es decir, nunca me ha faltado dinero.
En los años ochenta milité en un partido político, en el PRI, pues en esa época todos éramos PRIISTAS y CATÓLICOS, Priístas no creyentes y católicos no practicantes, tenía 14 años, me di de baja del PRI “por razones de coherencia” a los 15, porque Miguel de la Madrid había prometido una “renovación moral de México” y yo a mis quince años no veía nada, fue en ese entonces cuando siendo líder fui recibido por el gobernador del estado, me recibió más bien como quien recibe a una atracción de circo: un niño metido en política. Le saqué una beca, ¡Una bendita beca!.
En los años ochenta le di la espalda a las conversaciones con mi padre. No las recuperé hasta después de muchos años, en los años ochenta mi madre me hizo llorar, cosa que he olvidado, olvidar no es ignorar es apartar la mirada de lo que te impide caminar. Con el tiempo se han convertido en los mejores compañeros de viajes y de viaje.
En los años ochenta y teniendo tan solo 16 años entré a la facultad de medicina. Seis de la mañana, clase de anatomía, en esa época era más veleidoso de lo que soy ahora, y preso de un éxtasis similar al de Teresa de Ávila intenté hacerme cura... si volviera a nacer volvería a entrar... y me volvería a salir: latín, griego, francés, inglés, piano, guitarra, literatura, todo lo que a mi pobre formación en la escuela pública le faltó lo suplió el seminario. Como anécdota, el Obispo de la época –que luego llegó a ministro de salud del vaticano- envió una lista de libros prohibidos: ¡Bendita lista ¡, gracias a ella y a un cura rojillo que era nuestro profesor de Sociología y Francés conocimos a todos los autores prohibidos.
En los años ochenta, leía como un tornado: psicólogos, filósofos, novelistas, a finales de los ochenta me marcaron profundamente Freud, Víktor Frankl, Carl Rogers, Abraham Maslow, Samuel Hahnemann, Eric Berne, Schopenhauer, Nietzche, Kierkegaard, Gabriel Marcel, Jean Paul Sartre, etc.... una época en la que también tuve los anhelos suicidas de Kawabata, Mishima, Virginia Wolf, Hemingway, Cesare Pavese... seguro quería morir porque todavía no sabía de este momento en el que estoy escribiendo.
En los años ochenta, justo el día de mi cumpleaños, una bellísima chica (que sigue siendo muy bella) me pidió que fuera su novio, le dije que si, me cogió la mano en el cine y me dio un beso en la boca, a los pocos días me dejó, es decir todo lo hizo ella, menos nuestra amistad, que la hemos construido los dos y permanece alegre y fresca.
En los años ochenta, era mucho más enamoradizo de lo que soy ahora, en los días actuales los enamoramientos me duran tres días, son más bien caprichos, en los años ochenta eran pasión pura.
En los años ochenta me fui con mis hermanos en un destartalado coche volkswagen a conocer el mar, diez horas de viaje, que no olvidaré nunca, en los años ochenta, como ahora, lo más importante eran mis hermanos.
Perdonad mi arrogancia, pero como dijo Faulkner: "Si yo no hubiera existido, alguien me habría escrito"
FOTO: En esta humilde casa nací en un 25 de octubre de cuyo año no quiero acordarme.

miércoles, 20 de octubre de 2010

PESIMISTAS AL AMPARO DE SCHOPENHAUER




Schopenhauer inquieta mis pensamientos, es uno de los pensadores a cuya cosmovisión me adhiero, comparto su pesimismo generalizado acerca del ser humano, de la sociedad en general, del estado, de la religión... y sin embargo también nos ofrece vías de dignificación del ser humano, una especie de ascesis y capacidad de renuncia que son motivadas simplemente por la compasión que suple toda moral y todo mandato religioso.

"A los diecisiete años, sin ninguna formación intelectual, me sentí tan impresionado por la miseria de la vida como Buda, cuando en su juventud contempló la enfermedad, la vejez, el dolor y la muerte."

Schopenhauer encuentra ejemplos que sustenten su pesimismo prácticamente en cualquier aspecto de la realidad, menciono aquí el de los puercoespines, porque me parece muy jocoso e ilustrativo: los puercoespines, en los días fríos de invierno se apiñan entre sí para calentarse, pero como se clavan unos a otros las espinas, tienen que volver a separarse, arrojados de aquí para allá entre dos males. Lo mismo sucede con el hombre, que busca la sociedad, pero que es atormentado por ella.

Schopenhauer, un solitario inteligente y arrogante; un sibarita sofisticado que trataba a su perro como si de una persona se tratase y que trataba a muchos seres humanos con desdén y desprecio, especialmente a escritores frívolos. Un hombre cuyo padre murió en un oscuro suicidio al mismo tiempo que cultivaba una relación “clásica” edípica con su madre. De hecho, Él escogió a Edipo como patrón protector de su filosofía. Un hombre privilegiado cuya fortuna heredada le bastó para servir a la filosofía y no servirse de ella.

Publica su principal obra "El mundo como voluntad y representación" en 1819. Es su obra principal su “querida hija” mediante la cual “el mundo habrá aprendido unas cuantas cosas de mi” sin embargo fue un fracaso editorial, no era una obra para su tiempo... creo que es una obra que no encaja en la frivolidad pronta de aquellos que con facilidad creen en un mundo “bonito”. No tuvo eco, y decidió volver a Berlín donde Hegel era el rey de las cátedras con aulas abarrotadas y una fama inmensurable, a las clases de Schopenhauer asisten cinco oyentes... es un pensador que contradice el gusto generalizado de pretender un mundo optimista.

A pesar de su pesimismo, Schopenhauer nos ha dejado legados que el ser humano muchas veces no quiere ver y que Freud llamaría posteriormente las tres grandes “humillaciones” de la megalomanía humana: Una es la humillación cosmológica: nuestro mundo es tan sólo una de las innumerables esferas en el espacio infinito, «en el que una capa de moho ha engendrado seres que viven y conocen». Otra es la humillación biológica: el hombre es un animal en el que la inteligencia no hace sino compensar la falta de instintos. Y la tercera es la humillación psicológica: el yo consciente no es señor en su propia casa.

Estamos solos, el cielo se encuentra vacío. Schopenhauer nos despoja de la confianza en la religión y en la creencia de un Dios: “Radica en las profundidades del hombre la confianza de que algo fuera de él es consciente de él, a la manera como lo es él mismo”, pero entonces surge la capacidad de renuncia, la ascesis, una especie de “tensión vertical” que dignifica al hombre. Se trata de conseguir un pensamiento y un ánimo elevados, pero sin fe en un ser superior.

Schopenhauer es pesimista y solitario; su obra es un viaje a través de la tristeza y la desolación, una invitación a no esperar nada. Posiblemente alguien piense que eso nos hunde en la tristeza y el pesimismo, sin embargo, creo que su obra nos hace más auténticos, pues esa desesperanza, ese salto en el vacío donde ya no se puede creer en la sociedad, en el ser humano, etc., puede hacer resurgir una postura vital más auténtica, incondicionada y libre.

Borges en “Otro Poema de los dones” da gracias por Schopenhauer, que acaso descifró el universo...


miércoles, 13 de octubre de 2010

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA LECTURA

Poco a poco el libro electrónico va ganando terreno en el mundo, sobre todo en el mundo moderno. Donde los puedes ver es en los aeropuertos, en los patios de las universidades, de vez en cuando en un parque, y aunque en la feria del libro de Frankfurt ha representado tan solo un 1 % de las ventas, se cree que en diez años crecerá hasta un 10 % ... el libro se va digitalizando.

Tiene muchas ventajas sin duda, llevas encima cientos de libros, es más cómodo a la hora de tenerlo en la mano, es ecológico, cada vez es más accesible en el precio, etc. Por otro lado le quita el toque romántico de asomar la nariz en el papel y no solo leer un libro, también tocarlo, olerlo... hace dos años me regalaron “Absalón Absalón” de Faulkner... Tengo la novela ahora mismo sobre la mesa, la entreabro, rozo la cubierta o el papel suave de las páginas, y no me hace falta ponerme a leerla para sentir ya que vuelvo a habitar en ella.

Tanto si leemos sobre papel, o sobre una pantalla digital no podemos perdernos palabras como las de Roman Gary en su libro “Las promesas del alba”:


«¡Uno siempre vuelve para aullar como un perro abandonado sobre la tumba de su madre!»

«No es bueno ser amado de esa manera, tan joven, tan pronto. Te acostumbras mal. Crees que lo has alcanzado. Crees que el amor existe en todas partes y puede encontrarse de nuevo. Cuentas con ello. Miras, confías, aguardas. Con el amor de una madre, la vida te hace una promesa al alba que jamás cumple… Luego te ves obligado a esperar hasta el fin de tus días.»

«Nunca jamás, nunca jamás, nunca jamás. Unos brazos adorables te rodean el cuello y unos labios muy dulces te hablan de amor, sin embargo, tú ya estás al tanto. Pasaste muy temprano por la fuente y lo bebiste todo. Cuando de nuevo sientes sed, por más que te lances a todos lados.»

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viernes, 8 de octubre de 2010

¿COMO HAS SOPORTADO NO VIVIR EN BARCELONA?


Empecé mi jornada de la mano de un sabio Barcelonés que nos explicaba los productos de una ciudad y su consonancia analógica en la vida de los seres humanos, era evidente que el epitome de todos ellos era el dióxido de carbono, aunque había más, entre otros: insectos, ratas, palomas, basura, ruido, electricidad, deshechos humanos, lantánidos utilizados para que funcionen los teléfonos móviles, las pantallas del ordenador, etc.

Nos explicaba aspectos peculiares que el ser humano tiene respecto de las ciudades, por ejemplo que más del 50 por ciento de los seres humanos vivimos en las ciudades, que es paradójico el hecho de que los urbanos somos al mismo tiempo activos imparables con un halo de cansancio crónico; que lo que nos llega a enfermar es el asunto de hacer cosas por hacer, sin estar presentes para lo que de verdad amamos.

Entonces salí decidido a comprobarlo y dejé la moto aparcada, con el objetivo de encontrarme cara a cara con la realidad urbana, y percibir esa soledad en medio de tanta gente; esa rutilante vida social versus la indiferencia hacia los peatones (y viceversa claro está), percibir el comportamiento en los cruces de las avenidas analógico al movimiento que hacen hormigas, ratas y palomas. Pero también tengo que decir que en la ciudad que vivo es difícil ver a esos tres millones de personas que en Tokio (en el cruce llamado Shibuya) se encuentran cada día.

En Barcelona por el contrario encontré una ciudad luminosa, donde a ratos me parecía que el reflejo de la luz sobre los otoñales árboles hacían un juego prístino y pueril, y yo me regocijaba siendo testigo.

Después comprobé que efectivamente las ciudades (y quizás esta en particular) te dan la oportunidad de vivir cosas de manera muy intensa, y no quiero hacer un relato minucioso de ellas, porque al hacerlo revelaría mucho de mi intimidad, y aún pienso que el hombre que ha perdido su intimidad lo ha perdido todo, pero era consciente que en mi pequeña ciudad difícilmente hubiera vivido las situaciones intensas que Barcelona me ha dado en un solo día.

Me subí a la bici porque necesitaba ver el mar, no me pregunten ustedes desde cuando el mar es una especie de respiración para mis huesos, lo cierto es que la percepción del aire marino sobre mi rostro, me dio una sensación de reconciliación, yo dije que era con la ciudad, aunque la verdad no estoy reñido con ella, quería pensar que conmigo mismo, pero tampoco, porque en general me siento a gusto en mi piel, entonces pensé que la nitidez lingüística diciendo “reconciliación” no era del todo correcta, quizás tenía que haber dicho “asentimiento”, pero me daba lo mismo, yo estaba en armonía, un punto de equilibrio entre la acción y la reflexión, entre la adrenalina que se libera con un ejercicio físico y las endorfinas que nos regalan unos minutos de meditación.

Entonces me acordé que una señora me preguntó que porque su hijo se rascaba tanto, evidentemente quería una respuesta superior a la que le había dado el dermatólogo: Sarna (es decir sarcoptes scabei), entonces a mi se me ocurrió que el niño se rascaba para comprobar su existencia, y la madre asintió, no tengo espacio para explicar que mi disquisición intelectual estaba acertada, aún cuando la había hecho sin previa reflexión, pero créanme, el niño necesitaba comprobar su individualidad, como todos lo necesitamos de vez en cuando.

Me he distraído del asunto que me traía hasta aquí, que era, reflexionar sobre la “energía” que tiene una ciudad, y déjenme explicarles a ustedes que en algún momento de mi paseo ciclista –nocturno-, una sacudida del alma me dejó un tanto perplejo y triste al unísono, entonces apagué la música y me puse a mirar el mar, y me dio una ligera pena al pensar que mi abuelo DON PANCHO nunca conoció el mar, tampoco la tía Oliva...ni tantos otros de mi linaje. Mi querido abuelo que apenas hace un año a sus 96 años aún era capaz de subirse a su burro para ir al campo que le daba vida, él al que una vez le dije –siendo su sembrador- que yo no nací para el campo, mi abuelo que –junto con mi abuela aún viva- son una de las grandes motivaciones para ir cada tres meses a México solo para comprobar el milagro de sus arrugas y los latidos de su corazón que llevan un maratón de más de 90 años, y me dio mucha pena pensar que probablemente no tuve el privilegio de asistir a su entierro, yo que fui su médico en los últimos quince años.....

Pero vino el sabio Jaime Sabines, que en circunstancias similares le dijo a su tía Chofi: “Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, pero esa tarde me fui al cine e hice el amor.” A mi desde que me dijeron que mi abuelo estaba en los últimos días de su vida, me dio por estar triste y al mismo tiempo estar intenso, y pude sentir en mi corazón que naciendo campesino, tengo un corazón urbano, y seguramente mis antepasados lo aprueban.

He empezado el día reflexionando en la vida urbana, mientras una vida totalmente rural se apaga como se apaga una vela que ha irradiado energía y alegría.

El otro día miraba esta ciudad desde el Tibidabo, pensaba en mis abuelos, en mi familia, en mi tierra de origen, insisto, seguramente aprueban que yo esté aquí y habrá incluso quien se pregunte: ¿Cómo ha soportado no vivir en Barcelona?

Hoy cumplo ocho años en esta ciudad, felicitadme.

martes, 5 de octubre de 2010

QUE LAS PALABRAS ME SALVEN



Me levanté del diván modulando mis movimientos con una parsimonia inusitada, le dejé los 100 pesos en la mesa, le di la mano, le dije “muchas gracias, creo que ya no volveré”. Me despedía de nueve años de psicoanálisis.
Se terminaba el año dos mil y el psicoanalista me había pedido que le hiciera un recuento de las cosas trascendentes que había hecho en ese año, me quedé 20 minutos en silencio, le dije: “creo que no he hecho nada importante”.
Conducía mi coche con una desconocida tranquilidad, la lluvia rodaba por los cristales, imagino que mi cara desafiaba la gravedad para no derrumbarse en trozos...la soledad me besaba. Quizás lo que necesitaba era más tiempo y más silencio, pero ya sabemos –por boca de Woody Allen- que Edipo transformó las horas en 50 minutos de 100 dólares, en mi caso, 50 minutos de 100 pesos. Pues después de un buen rato de tener mi coche aparcado, con la lluvia como testigo y teniendo a Chopin como música de fondo (ese eterno premenstrual), me di cuenta que en ese año, leí todo lo que se había publicado de algunos escritores que se han convertido en guías para vivir: Dostoievski, Gore Vidal, Susan Sontag, Margerite Yourcenar, Paul Auster, Philip Roth...
La primera obra que leí de Auster fue: “La invención de la soledad”, fue empezar el libro y no detenerme hasta el final, me pareció una obra honesta, un tributo a la paternidad, pues lo empezó a escribir justo el día que murió su padre. Lo mismo que Patrimonio de Philip Roth el eterno aspirante al Nobel (me consuela saber que a Borges tampoco se lo dieron, ni a Rulfo). Patrimonio es un relato verdadero sobre los últimos días de su padre, me conmovió profundamente , creo que podría adoptar ese libro como un testamento vital. Philip Roth nos muestra la fragilidad masculina, sus personajes son fallidos, descarnados, reales, desamparados. Si retrató una nación, lo hizo mirándose en el espejo. Me repito la línea final de 'Patrimonio', el libro más devastador que conozco: "No hay que olvidar nada", y la hilo con otra de sus frases: "la vejez es una masacre".
Aquel día me levanté del diván, y hoy estaría dispuesto a volver a estirarme en él.
La literatura ha ayudado a ordenar mi caos, puede ser que ahora tenga una mente más libre, quizás más lúcida. Sin embargo, tanto si me vuelvo a estirar en un diván o no, tengo claro que si un día estuviera en un momento difícil, ya sea por enfermedad, tristeza o por ser víctima del azar, quiero que no me falten palabras, escritas por otros, tejidas por mi... da igual, son las palabras las que me han ayudado a disfrutar (y a veces soportar) el misterio de vivir.